Cd. Juarez, Chih.- Los días en Palacio Nacional empiezan antes de que salga el sol. Al filo de las seis de la mañana, Claudia Sheinbaum se cuadra ante su guardia presidencial. Saluda con el protocolario gesto militar y sigue caminando por los solemnes pasillos de techos altos que separan su estancia personal de la sala donde tiene la primera reunión de la mañana con la cúpula del Ejército y su gabinete de Seguridad. Luego, se trasladará a otro de los salones del edificio colonial para su rueda de prensa matutina y durante el resto del día puede llegar a juntar más de 10 reuniones. Hasta ahí, todo encaja como una continuación de los ritmos maratonianos implantados por Andrés Manuel López Obrador. Pero el estilo de gobernar ha cambiado tanto hacia dentro como hacia fuera. La política mexicana ha entrado en una nueva etapa con la llegada al poder de la primera mujer en su historia. Un estilo más contenido y prudente, pero igualmente infatigable y no exento de ejemplos de firmeza durante este primer año.
La meticulosidad es uno de los rasgos que más subrayan los que trabajan en su círculo más cercano. Es habitual que se pasé horas analizando detalles estadísticos en las proyecciones del PIB con el secretario de Hacienda o que de un seguimiento exhaustivo al encargo de turno en su Gabinete. “¿Cómo va?, ¿Ya se hizo?, ¿Para cuándo?”. Son mensajes que reciben a menudo en el celular, incluso antes de las 6 de la mañana, o en persona sobre los temas importantes de la agenda. Desde la crisis de violencia en Sinaloa por la guerra intestina entre grupos del crimen, a los escándalos de corrupción que zarandean las altas esferas del gobierno y el partido, a los golpes de Donald Trump en las interminables negociaciones a múltiples bandas: comercio, narcotráfico, migraciónSu estrategia de “cabeza fría” le ha valido los elogios, sobre todo en la turbulenta relación con el vecino del norte, de los grandes empresarios, la oposición y la prensa internacional, que la ha puesto como ejemplo frente a las reacciones airadas de Justin Trudeau en Canadá o Gustavo Petro en Colombia ante las amenazas del magnate republicano. Sheinbaum, sintetizaban, vendría a ser la antítesis de los líderes arrogantes y agresivos que dominan la escena.
Hace un año Sheinbaum arrasó en la urnas, con un récord histórico de votos mayor al de López Obrador, que asaltó el poder en 2018 subido a la ola de cambio que recorría a un país hastiado por graves problemas institucionales, encarnados por el regreso de un PRI devorado por la violencia y los casos corrupción. La mandataria cierra su primer ciclo político con una popularidad altísima, rondando el 80%. Un apoyo también más amplio que el del primer año de su antecesor. El factotum de la izquierda mexicana, y fundador de Morena hace poco más de una década, está retirado de la vida pública por decisión propia. Un movimiento que busca allanar el camino a su sucesora y evitar cualquier fisura, incluso las críticas más extremistas que aún la consideran poco más que un títere controlado en la sombra por un caudillo.
Continuidad con cambio. Ese es uno de los lemas del Gobierno de Sheinbaum, muy pendiente también a los símbolos que apunten a un extensión de un legado político muy marcado: el obradorismo. “Ambos comparten valores muy concretos, la austeridad republicana, la ejemplaridad pública. Pero las maneras de la presidenta son diferentes. Es un estilo muy prudente, reflexiona, casi nunca se altera”, explica una fuente muy cercana que también ocupó altos cargos durante la Administración anterior. “Es muy organizada. Al fin y al cabo es una científica y eso ayuda bastante. No es desordenada como la mayoría de los políticos.
